DE DONDE VIENEN?

jueves, 25 de noviembre de 2010

Ya es la hora, no?, te pregunte deseando que te quedaras.
Asentiste con la cabeza y me besaste dulcemente. Te paraste y te abrochaste el pantalón, y yo solo te miraba mientras vos te vestías.
Habíamos hablado una y mil veces sobre tus prioridades y sobre cuándo ibas a tomar el valor suficiente para hablar con tu esposa.
Siempre ponías las mismas excusas, hablabas de tu rutina, de tus hijas, de tu vida ya formada y demás. Y pretendías que entendiese, pero yo solo podía amarte y quererte para mí.
No me importaba otra cosa que no fuera construir mi vida a tu lado, y estaba segura de que podía darte mucho más que aquella mujer con la que compartías tus días.
Sentía celos y odio, por aquella mujer que te veía despertar cada mañana.
Esa mujer a la que alguna vez le habías propuesto matrimonio, y con la que habías decidido tener hijos.
Odiaba cada detalle que le habías entregado y a mi no.
Tu perfume, eso era lo que más dolía. Pero a vos nunca pareció importarte demasiado mi dolor.
Me di vuelta y me cubrí por completo con la sabana. Sabía que dirías lo mismo de siempre, que juntos lo íbamos a arreglar y luego te marcharías, y yo me quedaría durante horas en la cama pensando en lo que debía hacer, sintiendo el perfume de tu cuerpo en mi cuerpo y en mi cama; en la que tal vez nunca deberías haber dormido.
Ya cambiado, te acostaste junto a mí.
Me dijiste al oído que los mejores momentos los pasabas junto a mí y nos quedamos unos minutos en silencio. Luego sin decir nada, ya habiendote percatado de mi enojo, te fuiste.
Antes de salir de la habitación dijiste que más tarde me llamarías, y luego escuche la puerta cerrarse tras tus pasos.
Yo no quería tu llamado, no quería oírte, no quería más la mentira y el engaño que nos unía.
No quería saber nada de vos hasta que no me desearas de la misma manera en que yo lo hacia, únicamente a mi.
Si lo que compartíamos era un error, como todas las personas a mi alrededor decían, eras el error más dulce y más perfecto que había cometido en toda mi vida.
Y por más que pensara y pensara, la conclusión era siempre la misma: no podía dejarte, no me iba a alejar. Por el simple hecho de que era feliz a tu lado.
Seguramente creíste haber terminado con todas mis dudas ese día que me llamaste y me avisaste que te irías a vivir con tu mujer y tus hijas a España, diciendo que lo nuestro había sido solo una aventura.
Actué como si estuviera de acuerdo (actué, por si no lo notaste), te desee buena suerte y corte el teléfono.
Pensaba en que era una lastima que no te hayas dado cuenta que tu suerte estaba conmigo, que era yo la mujer con la que debías compartir tu el resto de tus horas.
Solo te escribo esta carta, para decirte que si por un momento creíste que este seria el final, estuviste muy equivocado.
Esto es sólo el comienzo, y no voy a permitir que si yo no puedo hacerlo, otra mujer te tenga.
Estamos predestinados a estar juntos, en la vida o en la muerte.


Te ama, Tu único amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario