Aquellas noches de invierno te escondías detràs del espejo y no me mirabas a los ojos.
Pero a ver... ¿Quien tenía cojones de romper el espejo.?
Es fácil recordar cuando las cosas aún no eran de este modo, pero no sirve de nada. Te resultaba difícil decir lo que sentías, y sentir lo que decías. Arrepentirte de los noviembres soleados, y los eneros con exceso de equipaje. Pensar en nosotros, y en los nosotros-que-quedaron-en-otros-países. Miraste las fotografías, y nos reconociste en cuerpos ajenos. Ajenos y extraños. Pensaste que tu vida era peor que cualquier escalera mecánica, sin pensar que la mía era peor que cualquier estación de autobuses llena de despedidas. En verdad, de aquellas noches de invierno sólo recuerdo el espejo, y las canciones que escuchábamos al volver a casa antes de morirnos de frío.
Y no sé si eso es malo o es peor.
Teníamos una vida inciertamente cierta, que era vida, pero era deseo y yo estaba contigo. Ahora no celebro ni siquiera el cambio de estaciones, porque no cambia nada.
Ahora mi vida sin ti.
En verdad lo que más detesto no son los adjetivos, son los momentos que no van a volver. O sea, lo que detesto es que no vayan a volver, ahora que me despierto cada día abrazada a tu recuerdo y te quiero tanto como antes o más. Y te quiero tanto como antes o más, pero no soy mejor persona. Ni soy mejor amante, ni soy mejor en nada. Tal vez, porque sigo siendo la misma, te sigo queriendo.
¿Y ahora?
Ahora empezar de nuevo para otros labios...
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